«El último salto»

Sólo quedaba una jornada. Ocho saltadoras de pértiga, tres medallas a repartir. Sin lugar a dudas yo era la favorita, tenía las mejores marcas y venía clavando todos los saltos.

Estábamos en los vestuarios y llegó el momento de salir al exterior. Busqué una dosis de insulina en mi bolsa, sin éxito. No encontré ni una sola jeringuilla y juraría que había metido como cinco por si las moscas. Me apresuré en decírselo a mi entrenador que poco o nada pudo hacer. Cabizbaja, sentada en el frío banco del vestuario estaba a punto de tirar la toalla cuando la atleta estadounidense tocó mi hombro.

—¿Is this what you need? I'm diabetic too— me dijo extendiendo dos jeringuillas de insulina muy parecidas a las que yo usaba.

Me estaba salvando la carrera deportiva. Para que luego digan de las americanas... Este compañerismo entre deportistas es lo que le da sentido al deporte, al esfuerzo durante estos años, a mi vida. Se me humedecieron los ojos mientras la abrazaba con fuerza.

Era mi turno. Estaba calentando en la pista cuando sentí un ligero mareo, creí que serían los nervios. El malestar creció. Cuando fui a levantar la pértiga para empezar a correr no pude con su peso. Lo entendí todo, aquello no era insulina.