Mauricio está a punto de cumplir noventa años, sus fuerzas comienzan a fallarle, su vista ya no es lo que era y su oído apenas puede escuchar el ruido de las olas. Pero como cada mañana, Mauricio camina hacia esa roca, la que ha sido su compañera durante casi toda su vida. Siempre se sentaba en ella y pasaba horas observando la inmensidad del océano, no había otro lugar mejor para él. Antaño, antes de que el Parkinson le atacara, llevaba una libreta y escribía historias que nunca nadie leía, pero que él guardaba como un tesoro.
Uno de esos días, un pequeño de apenas diez años se acercó y se sentó junto a él y le dijo:
—Oye viejo, ¿Por qué te sientas aquí todos los días?
Mauricio le miró con ternura, sin reprocharle que le llamara viejo y le contestó:
—Para no olvidar.
—¿No olvidar que?
—No olvidar mi vida.
—Cuéntamela, así si la olvidas, yo la recordaré.
A Mauricio se le llenaron los ojos de lágrimas y comenzó a contarle:
—Cuando yo era como tú, yo vine a vivir aquí, junto a mis padres. Habían comprado una pequeña casa junto a el mar. Allí fui muy feliz, crecí oyendo las olas del mar y el canto de las gaviotas. El tiempo fue pasando y me convertí en un hombre y mis padres murieron. Pero nunca dejé esa casa, la habité junto a mi mujer y mis hijos. Pero ella también murió y mis hijos volaron lejos de aquí. Pero yo continué viviendo en aquella casa.
—¿Y dónde está la casa?
—El mar se la tragó. Por eso venga aquí cada día y observo el mar, ahora formo parte de él.
Aquel niño, volvía cada día a aquella roca, pero Mauricio no volvió.
Es precioso! La figura de los abuelos es tan importante 💝