Llegamos al amanecer, nunca había visto un zoco tan grande, tenía las dimensiones dela mezquita de Rabat. Mi padre me dijo que aquí venderíamos las alfombras por su verdadero valor, no tenían precio. Las mujeres de nuestra familia se habían pasado todo el verano haciéndolas con la lana que nos había dado las ovejas.
Said y yo habíamos hecho más de veinte kilómetros caminando para llegar, dos días parando a dormir, a comer y a darle de beber al burro. Sin él no hubiese sido posible hacer tal negocio, traíamos cuatro alfombras para salones que pesaban más de cien kilos.
Al entrar un hombre muy bien parecido, nos dijo:
¿Tú debes de ser Rayan? ¿Y tú Said?, no podéis negar que sois hijos de Mustafá. Yo soy Anás.Encantados de estar aquí. Estamos orgullosos de nuestro padre.Tu padre siempre nos ha traído las alfombras más bonitas de todo Marruecos, pasad dentro que el califa está esperando verlas. No cojáis el primer precio, esperaros al tercero y luego bajáis al segundo.Íbamos a bajar las alfombras del burro, cuando Anás nos dijo que pasáramos con el burro y lo dejáramos en un lado.
Al pasar al salón, vimos infinidad de alfombras por todos lados, por los suelos. Nos dijeron que echáramos las nuestras al suelo, las abrieron corriendo y las nuestras eran sin duda las más preciosas.
Un hombre distinguido, con ropas caras vino en seguida y las inspecciono con otro hombre a su lado que le hablaba en susurros. Era el califa y su guardián.
Nos ofrecieron 600 dirham, mi hermano al oído me decía que los cogiera, pero yo esperé otra oferta. Me quería casar con Sara, espere una segunda oferta.
Al final las vendimos en 1000 dirham. Cogimos al burro y corrimos a casa.