Estimado señor Martínez.
Se preguntará por mi ausencia injustificada durante los últimos días. No se preocupe demasiado, yo no lo estoy haciendo. En esta parte del mundo los atardeceres son tan hermosos que incluso soy capaz de olvidarme de todo, incluso de las horas extra que me obligaba a echar día tras día. Si de algo le estoy agradecido es de que me haya contagiado su amor por el trabajo. Fíjese, yo era un imberbe sin experiencia cuando llegué a la oficina y en apenas tres años ya era uno de los mejores contables de la empresa, la pena es que no supiese reconocérmelo.
Usted le ponía pasión, eso no voy a negárselo, pero, en confianza, y ahora que nadie nos escucha, le digo que le sobraban los gritos y que debería haberse ahorrado los insultos. Pero me insufló un interés en vena, no se lo voy a negar. Estudié tantos manuales de contabilidad y exploré tantos sistemas informáticos que llegué a la conclusión de que podía llegar a ser tan rico como usted sin necesidad de rozar el infarto en cada segundo.
Así que aquí me ve, perdiendo un minuto de mi vida redactando esta misiva y brindando con una desconocida mientras vemos la luna rielar sobre el ancho mar. Por mí no se preocupe, me puede buscar un sustituto, pero procure tratarle bien, no se vaya escapar al otro del mundo con parte de su dinero.
Estaré bien.
Gracias por todo, supongo. Y hasta siempre.
P.D. No levante mucho la voz cuando compruebe el saldo de sus cuentas en Panamá, no vayan a enterarse en el resto de la oficina de que, además de un tirano, es usted también un delincuente.
PD... Por pura casualidad nuestros relatos se parecen...
Relato votado.
Saludos Insurgentes.