Maruja no se sentía orgullosa de cómo se habían desarrollado los acontecimientos. Reunirlos a todos y durante la comida darles la noticia, no había sido buena idea. Ahora se daba cuenta, tenía que haber sido más sutil, o haber hablado con ellos de uno en uno.
Su abuela Conchita estaba al borde del colapso, no era para menos, ella junto con su difunto marido habían formado el negocio familiar del que había vivido toda la familia. Pero lanzarle una botella de vino a la cabeza, era excesivo, sobre todo porque casi acierta a pesar de no ver tres en un burro!
Su padre no había abierto la boca desde la noticia, la miraba fijamente con el cuchillo y el tenedor todavía en las manos, los nudillos ya blancos de la presión que ejercía sobre ellos.
Sus tíos gritaban, lloraban, hacían aspavientos mientras se tiraban de unos pelos imaginarios que ya hacía años que no tenían, los dos estaban calvos como una bombilla.
—¡Que cierra la fábrica de chinchetas, dice la muy zorra! ¡Quiere ser escritora la niña! ¡Que ha nacido para eso!— gritaba la mujer de su tío.
—¡Si ya desde pequeña tenías más cuento que Calleja! ¿Pero de que vas a vivir? ¿Te vas a convertir en un perroflauta muertohambre?— Decía su madre con los ojos desbordados por las lágrimas.
Ahora en la cocina, su novio, que era el único que la había apoyado, intentaba animarla.
—Cariño, no te preocupes, al final lo entenderán y te apoyarán—
—No estoy tan segura. Que el título de mi libro sea “Familia no hay más que una”, no creo que ayude.