«Historias de almohada.»

almohada. ¿Almohada? Ni siquiera un bicho o una partícula de polvo capaz de volar alegre por la habitación. Intenté gritar y luché para escapar de este cuerpecito de plumas que...ummm, realmente era suave. No me dio tiempo a regodearme en mi miseria, noté un intenso olor a shampoo, ¡una cabeza!, ¡iba a aplastarme! A mí, que odiaba dormir acompañado. Para mi sorpresa mis plumas se acomodaron a su silueta y me sentí bien. Empezó a hablar por teléfono y al colgar noté cómo me humedecía, estaba llorando.
Otra noche se apoyó en mí, por turnos, una pareja. Ese día también terminé húmedo, pero, ¡ufff!, esa humedad me gustaba más que las lágrimas. Me acompañaron durante una semana en la que descubrí cosas increíbles, aunque lo que más eché de menos cuando se fueron, era su risa en medio de la noche y cómo se acomodaban hasta que los tres parecíamos uno.
Tras su partida me metieron en la lavadora, me gustó, nunca tenía tiempo de ir a la playa. De la secadora salí calentito, perfumado y relajado. Me dejaron al lado de una ventana. Rara vez me paraba a observar a otros, padres, bicicletas, niños, pataletas, cerves, carantoñas...
Di gracias por haberme convertido en almohada en mi hotel y no en aquel apartamento solitario que pisaba tan de vez en cuando, se me había olvidado que la gente era tan entretenida.
Me sacó de mi ensoñación la chica de las habitaciones, ¡a trabajar!
Esa noche no llegó nadie. A la mañana siguiente me desperté y observé cada centímetro de mi recuperada forma humana. Me paré frente a la ventana, miré de reojo a la cama y respiré hondo, me moría de ganas por perderme entre calles y personas, hora de salir a buscar historias que compartir con mi almohada.