«Joe el mentiroso»

Algunos de mis compañeros, marineros de pura cepa, tienen alma de aventureros. Incluso sospecho que alguno se metería de lleno en la piratería, si es que no lo ha hecho ya. De todos nosotros uno de ellos alardea ser el que más viajes ha hecho a lo largo de su vida, pero creemos que el viejo Joe solo nos está tomando el pelo. Todas sus historias carecen de sentido alguno.

—¿Sirenas? ¿Hombres pez? ¡Eran focas, Joe! ¡Tanto tiempo en el mar te hizo confundir animales con personas!
— ¿Una ciudad sumergida? ¿Edificios de puro oro y diamantes? ¿Islas que flotan en el cielo? ¡Estás delirando!
—¿Seguro que el ron no se te ha subido a la cabeza, viejo Joe?

Después de contar por enésima vez la historia de la civilización submarina el mentiroso se marchó de la taberna antes de medianoche. Decidí seguirle, averiguar qué se le pasaba por la cabeza. Bajo la luz de la luna llena lo encontré: ese viejo loco tenía la mirada fija en las oscuras aguas del embarcadero. Por un momento temí que fuese a cometer una locura y me adelanté.

— ¿Adónde vas Joe?

El anciano me dedicó una sonrisa melancólica antes de responder:

— Con mi mujer y mis retoños. En el fondo del mar.

Y saltó.
Antes de perderle la pista en la oscuridad del océano creí ver una especie de branquias germinando en la piel de su cuello. ¿O solo eran un extraño sarpullido?

¿Puedo que todo este tiempo estuviese siendo sincero? Pobre Joe... ¡Y nosotros lo pagamos con burlas y desprecio!
No le contaré nada al resto de mis compañeros, sino seré el próximo loco borracho. Mañana al alba partiré sin demora, seguiré los pasos de Joe el mentiroso y... Descubriré cuánto hay de fantasía y realidad en todas sus historias.
Que la suerte no me abandone.