Hashim recibió un extraño encargo sobrecogido. Él, solo era un humilde vendedor de alfombras que recorría los caminos buscando compradores. Necesitaban una majestuosa alfombra decorada con motivos geométricos hecha con lanas de color rojo, azul, verde y oro, pero lo peculiar era que la parte exterior debía parecer un saco grande en donde se enrollaba la ropa de cama.
Sus manos temblaban cuando el emisario le acompañó al palacio del emperador con su alfombra colgada del hombro. Antes de llegar a la puerta le entregaron 6 monedas de oro y le ordenaron desaparecer y guardar silencio.
Hashim tomó rumbo a su aldea a gran velocidad y no echó la vista a tras hasta comprobar que estaba lo suficientemente alejado para no ser descubierto. Agazapado en una enorme higuera observó una escena que lo dejo atónito.
La más hermosa de las mujeres en la flor de la juventud, apareció de entre las sombras y desnuda se envolvió en ella. Tenía una voz fascinante, con encanto y un carácter capaz de sorprender a un hombre bregado en el amor, no muy joven pero si muy poderoso, y aprovechando su belleza, cumplir con sus pretensiones al trono.
Cesar observó con perspicacia y sutileza el singular presente que al desenrollarse, una vez depositado en el suelo, puso ante sus pies a la espectacular reina y quedo maravillado.
Hashim nunca imaginó que su alfombra pasaría a la posteridad.
Siglos después la alfombra traída de oriente aparecía bajo los pies de un ignorante mercader en un cuadro de Jean-Léon Gerôme
FIN