A Jaime las luces rojas parpadeantes estaban al borde de provocarle un tic nervioso. Se escuchaban las voces del plató, las risas, los comentarios… Era más duro de lo que había imaginado.
Su compañero de banco de nominados, por el contrario, estaba tranquilo y seguro. No por nada tenía un ejército de fans locas por sus huesos que harían lo que fuera por salvarle, incluidos pequeños asaltos a las carteras de sus padres.
Cuando dieron su nombre, Jaime Navarro, junto con las palabras mágicas: “la audiencia ha decidido que el expulsado es…”, no sabía si llorar de pena o de alivio.
Cuando llegó a plató, comenzó la entrevista.
— Y bien Jaime, ¿crees que te ha venido grande el concurso?
Quedó atónito con la pregunta.
—Bueno, no considero que haya sido el concursante que más juego haya dado en la casa pero…
—¿¿Pero?? Verte poner la dentadura en un vaso cada noche, no cuenta como juego…
La prepotencia y bravuconería del presentador, y las carcajadas orquestadas a cada comentario, estaban empezando a cansarle. Después de tantos años de carrera era humillante, por mucha falta que le hiciera el dinero.
—¿Sabéis? Estoy harto. Harto de este tipo de televisión que no le permite a uno hacerse viejo dignamente. Harto de que cualquier tronista de tres al cuarto me mire por encima del hombro. Y harto de que hayáis transformado un formato tan interesante como éste en un escaparate de gente convenientemente exitosa, sin haber hecho ni un café en su vida, empezando por el presentador y, gente como yo a la que solo traéis como acto benéfico para luego reíros y tacharnos de fracasados.
Dicho esto se fue del plató. Fue “trending topic” mundial durante horas.
La semana siguiente presentaría un programa nuevo, El Debate del reality.
“The show must go on”.
Saludos Insurgentes.