Nos habla la leyenda de una huída desesperada, de una columna de carros abarrotados de riquezas que avanza demasiado lentamente desde Toledo, intentando huir al norte del imparable y fulgurante avance de las hordas sarracenas de Tarik y Muza.
La pesarosa comitiva, viendo inminente ser alcanzados por los infieles, decidió que los objetos más valiosos del tesoro real, el tesoro de prestigio ganado a la mismísima Roma, y que legitimaba el poder del Rey de los Visigodos, se ocultara en las numerosas cuevas del imponente cerro cuya sombra se cernía sobre el Burgo de San Yuste y las ruinas de la ciudad que los antiguos romanos dieron por llamar Complutum.
Así, unos pocos guerreros escogidos, escondieron en el oscuro laberinto subterráneo los objetos más valiosos y sagrados del tesoro, como la mesa sobre la que el mismísimo Salomón escribió en clave el verdadero nombre de Dios y otros muchos, cuyo poder y gloria desafían nuestra imaginación.
Al más joven de ellos, el resto de valerosos caballeros le hicieron jurar, antes de suicidarse con sus propias espadas, que sellaría y guardaría las cuevas hasta que el Rey viniera a reclamar lo que era suyo.
La pesada losa de los siglos cayó sobre el cerro que ahora se alza sobre la moderna ciudad llamada Alcalá de Henares y el caballero, ya solo es un rumor.
Es la historia contada en susurros aterrorizados, es la sombra en la más terrible de las oscuridades, es la historia que los adolescentes alcalaínos, quienes para demostrar su hombría se adentran en las ancestrales oquedades, no se atreven a contar cuando pálidos, los ojos desorbitados de pavor, consiguen ver de nuevo la luz del sol.
Es el que ronda las cuevas hasta que su guardia termine, es el juramentado que espera a un Rey que jamás regresó.
Es una buena propuesta tu historia.