Querido yo,
Diez años han pasado y te sigo escribiendo desde el mismo lugar. Desde esa silla con el respaldo roto en la que fingías estudiar todos los días. No te culpo, yo aún lo hago.
Estudiar, digo. Lo de fingir no te lo recomiendo. Por eso me dirijo a ti. Para que dejes de disimular de una puñetera vez.
Perdón por mis modales. A veces me olvido de que eres un niño de diez años. Pero es que con este asunto tengo que ponerme serio. Quiero decir, ¿de qué vas? No te hagas el despistado, lo sabes de sobra.
¿No ves que es la única persona que alegra tus días, la única que te escucha, la única que comparte tus locuras? ¿No comprendes que lo que ha hecho ella por ti nadie más lo ha hecho? Si has dejado de sentirte solo es gracias a su buen corazón.
Así que apaga la dichosa Nintendo y corre a sus brazos. Queda con ella después de clase, aunque sea para comer pipas en un banco. Por papá y mamá no te preocupes. Lo entenderán. Es más, arden en deseos de que te dé la luz del sol.
¿Que por qué soy tan pesado? Pues porque creo que ella es la persona que te hace falta. Vas arrastrándote por la vida: nada te motiva ni te entusiasma. Vives contando los minutos que quedan hasta el próximo fin de semana.
Pues eso se acabó. Fíjate en el brillo de sus ojos, en la forma en la que sus pupilas se dilatan de ilusión cada vez que habla de su serie favorita. En cómo cualquier plan le parece maravilloso. Aprende de ella. Eres un niño, no un empresario prejubilado. Empieza a pintar el cielo de azul.
Y péinate, joder. Que la gomina ya no se lleva.
Espero que lo tengas en cuenta.
Te quiero, chavalín.
Buen relato, enhorabuena.
Saludos Insurgentes