La mesa se encuentra decorada con todo detalle. Las bandejas de aperitivos permanecen intactas, aguardando a que regresen los comensales. El olor a carne asada se cuela por todos los rincones del salón. La suegra mira con cara de reproche al hijo.
—No tenías que haberme obligado a venir.
El novio de la que grita en la cocina, con gesto avergonzado, se muerde las pocas uñas que le quedan.
—¡Relájate, mamá! No imaginaba que la noche fuese a dar este giro.
Lucía acaba de anunciar que deja su actual trabajo para ser escritora. Necesita dedicarse por completo a preparar su primera novela. La madre festeja la noticia pegándole una patada por debajo de la mesa, clavándole la afilada punta del zapato en las espinillas. El padre, de manera exquisita, se las lleva a la cocina. La puerta acristalada no evita que los invitados escuchen la discusión desde el salón.
—¿Otra de tus locuras? ¡Tienes treinta años, es hora de que madures de una vez! —estalla la madre.
Lucía lloriquea, le duele que nunca la apoyen.
El padre culpa al chico de flequillo oxigenado, detesta su aire de intelectual sabelotodo.
—¡Hija, vas como un barco a la deriva! Un día quieres ser pintora, otro diseñadora y esta noche nos sorprendes con tu vena de escritora.
La chica corta la discusión con una razón de peso. Debe escribir la novela, ha cobrado un adelanto de la editorial.
—Contaré mi vida, una especie de autobiografía con humor y mucho sarcasmo —asegura Lucía.
—¡Genial, vas a airear los trapos sucios de la familia! —vocifera la madre.
Nico entra en la cocina, ¡tan inocente! Suelta que él dirigirá la película. Nunca debió traspasar ese umbral, con varias copas de vino y cuchillos cerca se puede arruinar cualquier velada elegante.
😉👍🏼
Jejejeje. Buen relato greco y diferente, enhorabuena.
Saludos Insurgentes.