Era mediodía y el sol se alzaba en todo su esplendor. El calor era infernal y provocó que los cadáveres de las dos hermanas se descompusieran a un ritmo más acelerado. Habían sido ejecutadas días atrás por la guardia del sultán. Sus cuerpos habían sido expuestos en la plaza más concurrida del mercado central. De este modo, recordaban y advertían a la población de las implicaciones que conlleva que una mujer se salga del camino. Que desobedezca las leyes morales que dan sentido a la sociedad. En definitiva, que piense por sí misma y sea libre.
Omar llevaba cuatro noches sin apenas pegar ojo. Su popular puesto de alfombras estaba situado a escasos metros de la atroz escena y no podía soportarlo más. ¿Qué habían hecho esas pobres chicas para merecer la muerte? ¿Por qué tenían que formar parte de ese inhumano espectáculo aun estando ya sin vida?
Decidió que tenía que hacer algo para devolverles mínimamente la dignidad pero ¿qué podía hacer él siendo un simple vendedor de alfombras? Volvió a mirar sus cuerpos inertes. Sus rostros carecían de expresión. No tendrían ni 20 años y les habían despojado de toda la luz que desprende una chica de su edad.
Lo vio claro. Eligió la mejor de sus alfombras. Era preciosa. Repleta de formas y colores. Se acercó a las chicas y, cuidadosamente, con mimo y dedicación, las envolvió. Las miró de nuevo. Sus cuerpos se intuían bajo el abrazo de la alfombra. Creyó haberles devuelto parte de su esencia.
De pronto, Omar fue consciente de que estaba rodeado por una multitud enfurecida que le señalaba y gritaba. Supo al instante que estaba en problemas. Escuchó a los guardias acercarse y se preguntó si alguien le envolvería a él en una de sus alfombras.
Muy bueno.
Enhorabuena.
Saludos Insurgentes.