Enamorarme de una esclava me ha hecho desdichado. Hasta conocerla no había sufrido por mi condición. Mi amo es justo en sus castigos; yo no doy problemas y él no descarga su ira sobre mis carnes. Adiba anhela con toda su alma la libertad que conoció de niña, dice que sin ella no quiere vivir. Pertenezco a la tercera generación de esclavos, igual que lo serán mis hijos. Ver apagarse la luz de sus ojos hace que planee la decisión más arriesgada, fugarnos, sabiendo que si fracasamos nos matarán.
Con la luna llena, llega el ansiado momento. Mi señor, el mercader de El Cairo, prepara dos piezas de gran valor para exponerlas en el mercado de alfombras. Los hombres más ricos de la región competirán y pujarán por ellas. Mi amada ríe al saber que partiremos en el interior de las alfombras. Conozco bien la rutina de mi amo, en el destino, y antes de entregar la mercancía, siempre festeja la venta con un generoso almuerzo. En ese tiempo, las desenrollaremos y escaparemos.
Temprano, me visto con los colores que me dan suerte, el azul y el amarillo. Exhibo la primera alfombra colgándola del balcón ante la admiración de los compradores. Comienzo a sudar cuando la adquiere un señor de edad con largas barbas blancas. La fortuna nos acompañará si se lleva también la segunda. Varias horas después decide comprar las dos; las lágrimas corren por mis mejillas imaginando nuestro futuro.
Reina el silencio alrededor. Consigo liberarme de la alfombra y no veo la de Adiba. Nunca pensé que pudiesen separarnos, que no viajaríamos juntos. La bestia que me ha traído a este patio me serviría para huir. Sin ella no deseo ser un hombre libre. Sentado en el suelo aguardo la muerte que termine con este profundo dolor.
Con ligereza y fácil de leer.
Enhorabuena.
Saludos Insurgentes.