En un lugar, de cuyo nombre no quiero acordarme...me esperan para matarme. Si vuelvo, lo menos que puede pasarme es que me partan la cara. La gente del pueblo donde nací y crecí es dura, el mar les ha hecho serlo dándoles el sustento y cobrándose de vez en cuando alguna vida.
Podría decir que es porque me tienen envidia. Y en parte sería cierto, pero esa no es toda la verdad. Tienen envidia de mi privilegio al irme de allí, pues ellos no pudieron. Cada cual ha imaginado futuros diferentes para mí y pocos saben la verdad. Todas esas historias tienen en común una gran fortuna, amasada gracias a supuestos pocos escrúpulos, requisito fundamental que debemos tener los banqueros. Sin embargo, nadie de allí sabe nada de mí, ni siquiera mi familia, la poca que me queda.
Desde que salí de la cárcel he puesto todo mi empeño en no volver nunca. ¿Y qué hice para entrar? Nada, bueno, algo, pero muy poco. Un día le robamos una barca al padre de mi mejor amigo para ir a pescar y ganarnos un dinero por nosotros mismos. El dueño de la barca se enteró por el ruido que montamos y salió a perseguirnos nadando. Aquel experto pescador no lo era tanto nadando y murió ahogado. Hice todo lo que pude para salvarle, pero difícilmente un niño de catorce años hubiera podido salvar a un hombre adulto. Eso es lo que me digo.
Mi padre decidió que yo cargara con todas las culpas del grupo a cambio del dinero con el que pudo comprarse más barcas de las que ya tenía y poder asegurar su futuro. En cuanto a mí, con una parte de ese dinero estudié, prosperé en la vida y he jurado pasarla entera sin volver nunca más.
Me ha gustado, enhorabuena.
Saludos Insurgentes