La cocina nunca me había parecido tan pequeña, cada respiración que tomaba, parecía robada. No había suficiente espacio, suficiente aire… simplemente no era suficiente.
- ¿Qué has dicho? – musitó mi padre entre dientes. Mi novio apretó la mandíbula y apartó la mirada, mi madre me dio la espalda, e imaginé que la reacción de la abuela habría sido la misma si mi hermanito pequeño no hubiera estado en sus brazos.
- Quiero escribir. Eso me hace feliz.
Sentía un nudo en mi garganta, y mirar a mi alrededor y descubrir que ninguno me apoyaba realmente me hizo temblar. Lo disimulé bien, al fin y al cabo, me había convertido en una experta mentirosa fingiendo que me gustaba la vida que otros habían elegido para mí.
La carrera de medicina, con el novio perfecto, la niña buena y obediente, la que nunca alzaba la voz. La centrada. La que podría salir adelante. Pura mierda. Todo ello.
Estaba harta. Había encontrado el valor para perseguir mis sueños, y eso seguía sin ser suficiente.
- Olvídate. Vas a terminar la carrera. Escribir no es un futuro.
- No me gusta la carrera.
- ¿Te crees que a mí me gusta ir a trabajar todos los días? ¡¿Eh?! Lo hago para alimentar a esta familia y para pagar tus estudios. Y, ahora dices que no quieres. – se giró hacia mi novio. – ¿Sabías algo de esta locura?
- Por supuesto que no. – contestó el rápidamente. Acababa de pasar a ex sin ninguna duda.
- Sois increíbles.
- Yo…
- ¡Calla! Me da igual lo que queráis, he necesitado mucho tiempo para pensar y saber qué es lo que quiero hacer. Quién soy. Y si vosotros sois incapaces de aceptarlo es vuestro problema no el mío. – Me levanté y me marché. Ese portazo resonaría para siempre.
Enhorabuena por el relato, un título muy acertado.
Chapeau por ella, enhorabuena
Buen relato.
Saludos Insurgentes