En el zoco confluyen los intereses de las calles de El Cairo. Las familias humildes acuden con unas pocas monedas para cambiarlas por pan. Los comerciantes esperan quedar con los puestos vacíos y los bolsillos llenos, sea cual sea el género que traen a vender. Existe también un tipo de clientes que puede permitirse mayores lujos que unos kilos de naranjas: sedas finas y bordados en oro están al alcance de su mano, y es bien sabido que pagan al contado.
Es un plan perfecto. Me ocultaré junto al tenderete del vendedor de alfombras; mis secuaces estarán en el piso superior esperando mi señal. Entonces, cuando logre captar su atención, ellos dejarán caer las alfombras sobre los más cercanos y se descolgarán con cuerdas hasta abajo. Algunos lacayos correrán a ayudar a sus señores. Yo saldré al encuentro de los míos aprovechando la confusión, acercaré una de las monturas de los comerciantes y cargaremos sus alforjas con todo lo que podamos. Cuando hayan logrado quitarse de encima el pesado atavío estaremos a unas cuantas calles de distancia.
Algunos son afortunados de cuna: un puñado de personas que maneja el mundo como si fueran sus dioses. El resto se limita a intentar sobrevivir. Creía que el cometido de Dios era cuidar de sus fieles.
No pretendo convencer a nadie de nada: todo lo que digo puede verse, si se observa con los ojos adecuados. El dinero les da libertad; pero si son poderosos es porque en algún momento decidimos dejar de resistir y subsistir como ladrones o esclavos. Estas son las cartas que nos repartió la vida, y no tenemos más que saber jugarlas.
Buen relato.
Enhorabuena
Saludos Insurgentes.