—Señores, bienvenidos por vigésimo sexta vez a los que todavía no se han ido. Este maravilloso tapiz aquí colgado fue encargado por el majestuoso padre de nuestro Rey para adornar el aposento de su concubina favorita. Las fabulosas historias que guardarán en cada una de sus fibras resultan sorprendentes. Comenzamos con una «unidad monetaria».
Se hace el silencio. Las moscas revolotean en los alrededores de los rostros empapados en sudor. Todos los asistentes se observan con mirada tensa mientras piensan disimuladamente en si habrá alguien de verdad interesado en los productos y que no haya ido sólo por el vermú y las aceitunas de cortesía para pasar la mañana.
El personaje de camisa gris se impacienta ante el desolador panorama mientras manda desalojar la sala.
—Os avisé que venir a esta villa era una pérdida de tiempo y dinero, sólo hay gorrones y cotorras.
Entonces, un señor zarrapastroso vestido de blanco alza la mano en la zona de la puerta haciendo una oferta inaudible, a lo que el responsable responde:
—Adjudicado.
—¿Has oído burrico? Ya tienes cama para dormir este invierno en el suelo de la cuadra —le dice al burro mientras le arrasca las orejas y este mueve alegre la cola.