«Mi pastelería favorita»

Todos los días paseaba por la calle mayor de mi pueblo. Me encantaba pasar por delante de aquel maravilloso escaparate. Presentaban todos sus productos con tanta delicadeza y con tanto gusto, que me alegraba el día solo con observarlos. Para mí, era la mejor pastelería del mundo. Ese lugar tan dulce que me causaba tanto placer, era mi aliciente diario. Aunque solo los consumiera tres veces por semana, el resto de días me conformaba solo con mirarlos, me hacía sentir bien, me daba una razón para vivir mis días de soledad.
No sé si quedará algún pastelito que no haya probado. Tanto me daba uno que otro; el de chocolate o el de nata, el de crema o el de azúcar quemada, el de mantequilla o el de merengue. Todos se merecen medalla de oro.
La semana pasada, cuando me terminé de comer un nuevo pastelito de dulce de leche, fue cuando sentí que algo no iba bien. Comencé a encontrarme mal; se me iba la cabeza, de pronto tenía la necesidad de beberme un litro de agua sin parar. Me caí redonda en el jardín frente a la pastelería. Unos minutos después desperté en el interior de la ambulancia. Mis amigos los pasteleros se encargaron de llamar. Se preocuparon mucho por mí, ahora me llaman todos los días para preguntar por mi salud. Me han dicho que están confeccionando un pastelito especial para mí. Qué detalle.
Llevo una semana sin pasar por la pastelería, me siento tan triste, me han prohibido el azúcar y no sé si aprenderé a sobrellevarlo. ¿Cómo me ha podido castigar la vida con una diabetes?
El pastelero me ha dicho que ha creado el mejor pastel para diabéticos, que su mejor clienta se merecía un gran regalo. Realmente mi mayor regalo, ha sido él.