Querido amigo,
¡Estoy vivo!
Así que no pierdas la esperanza de matarme, sobre todo después de contarte la siguiente historia.
Hoy he mirado la fecha y me he dado cuenta de que han pasado dos meses desde que la tierra me tragó. Te preguntarás por qué desaparecí el día de tu boda, y por qué, siendo el padrino encargado de llevar los anillos, no di ningún aviso sobre mi ausencia para que pudieses tener alguna alternativa.
No te lo vas a creer, pero estoy sobrio desde hace tan solo cuatro días y sin más droga en el cuerpo que el azúcar del taho-taho, el buko padan y el turon, típicos dulces filipinos.
Voy a tratar de relatarte los hechos. Siéntate, por favor.
Recuerdas el día de tu despedida, ¿verdad? Habíamos salido del local donde la estríper disfrazada de policía te esposó en una silla. Después del reportaje fotográfico, contra tu voluntad, con la representante de la ley sobre tu regazo, nos fuimos a conseguir coca. Alguien dijo que acudiéramos al puerto y tú asentiste. Allí, noté mi vejiga a reventar y me aparté para mear entre dos contenedores de mercancías. Pero iba tan ciego que no me fijé en un salto de altura, cayendo y perdiendo la conciencia.
Cuando desperté, tres días después, estaba yendo de polizón a Manila. En todo este tiempo he compartido experiencias con unos marineros malayos enrolladísimos, algo guarros y por civilizar, pero graciosos. Parece que vivan en una indefinida fiesta universitaria a juzgar por la falta de filtros que tienen para todo. Son muy generosos compartiendo lo que tienen: comida, cama, piojos y alcohol.
Además de contigo, reconozco haberla cagado con el trabajo y mi novia. Por ello prefiero que confirmes a todos mi defunción.Aun así, pude evitar lo más doloroso: ver cómo te casabas con esa pedorra. Por fin lo digo.
Te amo.
Enhorabuena.
Saludos Insurgentes.
Muy buen relato