Existen, aunque no los veamos, mundos extraordinarios. A veces tropezamos con ellos. Los alcanzamos a través de madrigueras, volando al girar la primera estrella a la derecha… Se esconden tras las puertas de nuestros armarios, dentro de un libro o planean por el universo a lomos de una tortuga y cuatro elefantes.
Jack (no podía llamarse de otra manera) creía en esos mundos. Aún así se sorprendió cuando, cantimplora al cinto y mochila a la espalda, llegó a aquel lugar.
Las baldosas desprendían un olor chocolateado. Los árboles tenían mullidas copas rosadas. De los tejados de las casas de porosas paredes, goteaba nívea escarcha. Sus vallas eran bastones blancos y rojos encorvados. Pese al agasajo de sus gentes, no probó bocado y solo bebió agua.
La princesa Candy le abrió encantada las puertas de palacio. Con su pálida tez, sus rubios y rosados cabellos y su boca de fresa, robó el corazón del muchacho. Veían juntos atardecer. Intercambiaban historias y planeaban viajar hasta donde sus pies llegaran. Contaban sus noches en besos en lugar de minutos. Su amor crecía sin demasiadas preguntas y sin buscar respuestas.
Lo cierto es que, pese a su inmensa felicidad, aquel muchacho fuerte y sano, de piel morena y ojos brillantes llenos de vida, cada vez perdía más color, más fuerza, más brillo… Paseando por los dulces senderos se detenía, mareado, a reponerse y tomar aliento. Su corazón martilleaba en su pecho. «Será amor», pensaba. Su princesa fruncía el ceño, preocupada.
—Este reino es malo para ti.
Pero no quería regresar. Y una mañana al fin, cuando ya casi se sentía transparente, el joven y soñador Jack, con una sonrisa, cerró los ojos para siempre. Suele pasar cuando eres diabético y tu prometida está hecha de azúcar.
Hay sueños efímeros y hay sueños que no sientan bien. Pero no hay sueños imposibles.
El giro final brutal y lleno de tristeza
Me ha encantado, enhorabuena
Saludos Insurgentes
Buen relato
¿Será amor, Carolina?
Preciosa y triste historia.