A las 6:00 horas y con la llegada del alba, Abraham despierta con el mismo recuerdo todos los días; el cálido aliento de su padre calentando sus pequeñas manos.
— ¡Padre no puedo dormir! Creo que aquí falta un poco de aire, ¿Podrías contarme una historia?
— Claro que si Abraham.
Nuestra historia comienza en el Oriente Medio, hace aproximadamente 50.000 años. Allá, el Hombre Sabio y el Hombre de Neandertal se encontraron. Ellos eran diferentes, pero entre señas y pinturas podían comunicarse. Ambos hombres habían recibido la herencia del Hombre de Pie, el fuego. Todos adoraban este elemento, pero también le temían. Desconocían como generarlo y, por lo tanto, no sabían cómo domesticarlo. Un día el Hombre Sabio fue corriendo hasta la cueva del Hombre de Neandertal y exclamó:
— ¡Yo por fin domar el fuego, yo saber cómo iniciar fuego! — El Hombre de Neandertal incrédulo le respondió con un grito — ¡Tú enseñar!
El Hombre Sabio cogió dos trozos de madera y los frotó con paciencia. Una primera chispa brotó de aquel movimiento de manos. El Hombre de Neandertal se asustó, no obstante, siguió esperando. Una segunda chispa de más intensidad volvió a saltar, pero esta vez, el Hombre Sabio la recostó cariñosamente en un lecho de hojas secas.
— Lo más importante, tú hacer esto — indicó el Hombre Sabio. Y este suspiró delicadamente cerca de la llamarada. Inmediatamente el fuego danzó e incrementó. El Hombre Sabio dijo — Mi viento interior agrandar fuego — e invitó al Hombre de Neandertal a repetir el rito.
Ahora hijo mío, cojo tus manos y con mi último aliento te otorgo fortaleza. Mantén encendido tu fuego hasta que te rescaten de esta pila de escombros el día de mañana.
Siempre te daré el aliento que necesites. Recuérdame siempre pequeño mío.
El "sí" afirmativo se escribe con tilde.
Cuando se escriben cifras, es incorrecto poner punto para indicar miles. No sería 50.000, sino 50 000, indicándolo con un espacio.