Érase una vez una niña que lloraba sin parar. Todo ese proceso formó un hábitat de pequeñas criaturas acuáticas. Los cangrejos la adoraban, las ranas croaban, los peces bailaban de alegría, los patos jugaban, los cisnes aleteaban…
Pero había un animal que no reía, ni lloraba de alegría, ese era el buitre. Un día el buitre fue a donde la cría y le pregunto:
—¿ Por qué estás tan triste?
—Me perdí y no encuentro a mi madre —decía la niña mientras tiraba cascadas de agua por sus enormes ojos.
—Tranquila niña, te ayudaré a encontrar a tu madre —dijo aquel animal con cara malévola.
Entonces, el buitre partió en busca de aquella madre para contarle lo ocurrido. Pasaban las horas y no la encontraba, cuando se iba a dar por vencido, la encontró. Estaba en una cabaña situada a un kilómetro de donde se encontraba la pequeña llorona. Después de escuchar a ese animal carroñero, la mujer partió hacia aquella zona rebosante de felicidad. Cuando apareció aquella madre ante el rostro de la derrochadora de lágrimas, su semblante cambio, las lágrimas por fin cesaron, pero la tristeza seguía estando en el entorno.
Pasaron unos días, la zona tan alegre se volvió un secarral invadido por la tristeza. La pequeña volvió allí con su madre, quedándose ambas perplejas por el mal estado de aquel sitio. Desde las alturas, visualizando tal catástrofe, estaba el buitre frotándose las plumas de alegría. Todo parecía perdido pero algo impensable pasó. En aquel momento la niña empezó a llorar de nuevo, inundando aquel lugar otra vez, gracias a un pequeño capibara que con su torpeza y caídas cómicas hizo reír a la niña. Posteriormente, prometió volver a ese lugar asiduamente, para morir de risa y deleitar a todos con sus enormes lágrimas.
Repasa algunas tildes que no has puesto.
Me ha encantado.
Saludos Insurgentes