Vender alfombras es una de las cosas más curiosas que puedan existir y si nos remontamos al siglo XIX podemos enfrascarnos en una historia como la que podemos imaginar en este cuadro de Gerome.
Un critico de arte podrá apreciar perfectamente la gran variedad de colores que impregnan el lienzo, la dificultad de la pintura e incluso el estado anímico del artista en el momento en que se enfrenta al reto.
Pero para un neófito como yo solo puedo imaginar lo que me dice el cuadro visto desde la perspectiva subjetiva de un simple observador.
Imaginamos que estamos en una magnifica tienda de alfombras en Marrakech (Marruecos) donde varios hombres, como posibles compradores, han entrado por la vistosidad de las alfombras que se observan desde la calle y en donde las mujeres brillan por su ausencia.
Al inicio hay alfombras que cuelgan en el muro del piso superior donde tres de los dependientes van lanzándolas al vacío conforme se presentan a los posibles compradores y estos las van rechazando. Estas alfombras pueden verse esparcidas por el suelo, hasta que llegan a una que ha sorprendido a los visitantes, tanto por su dibujo como por sus colores y el dueño de la tienda está explicando las virtudes de este tapiz que ahora contemplan.
Uno de los posibles compradores, al que ha maravillado esta última alfombra, está intentando regatear el precio al dueño que, totalmente sorprendido, le vuelve a hablar de la calidad de la pieza, traída desde Persia y que no tiene parangón con lo que visto hasta ahora. Les explica de forma vehementemente que lo que están viendo no es una alfombra cualquiera sino que es persa, famosa por su toque auténtico y tradicional que le añade encanto a cualquier decoración.
El resto de protagonistas observan sorprendidos lo que se ha convertido en una estúpida discusión.