La vibración del móvil en la mesilla hacía temblar el vaso de whiskey y se dibujaban onditas perfectas en su superficie. La noche anterior había sido apoteósica, no recordaba nada que sucediera después del restaurante. Al menos no despertaba acompañado por alguna jovencita, aunque eso no fuera garantía de nada, era un alivio no tener que lidiar con un incómodo desayuno y tener que pagar un taxi.
Era mediodía del primer día después del paso de Manolo por el concurso que relanzaría su carrera, o lo que quedaba de ella. Él era, o había sido, mejor dicho, uno de los periodistas deportivos más importantes del país. Por lo menos hasta la aparición de los streamers, es decir, en los tiempos de hegemonía de la gloriosa caja tonta.
Con una resaca tremebunda alcanzó a tientas el mando a distancia, encendió el televisor y buscó el canal del corazón donde estarían a estas horas ya hablando de él y de los compañeros de promoción de aquel vergonzante desfile de viejas glorias. Esta vez la presentadora estaba acompañada por una joven de muy buen ver que aseguraba haber pasado la noche con nuestro protagonista.
—¡Noooooooooooooooo!— Un grito se dejó oír por todo el hotel
Había caído en el mismo error de siempre, en su criptonita, en la misma piedra, aunque con distinto rostro, con la que tropezaría una y otra vez durante toda su vida: Las mujeres jóvenes.
De nada servían sus hazañas pescando y las impostadas broncas con sus compañeros, lo primero que hacía le condenaba a quedar desacreditado ante las opiniones jocosas de los tuiteros. Había algún comentario compadeciéndole y otros incluso alabando sus dotes de casanova, pero eran los menos.
Había tirado su oportunidad por el retrete, todo por la mismas causas de siempre, el alcohol y las mujeres.