Se sentó frente a su novia y comenzó a mirarla como si nunca antes la hubiera visto. Ella, distraída con lo que acontecía varias mesas más allá, se tocaba el pelo sin prestarle demasiada atención. Él, por su parte, seguía sintiéndose el hombre más afortunado del mundo después de siete años de relación. Jamás se hubiera imaginado que iba a tener la oportunidad de compartir su vida con una mujer tan perfecta como la que tenía ante sus ojos.
Introdujo, por última vez, su mano en el bolsillo, con el mayor disimulo posible, hasta comprobar que todo seguía en su sitio. Notó que su mano temblaba ostensiblemente pero supuso que, sentir la cajita entre sus dedos, le ayudaría a calmar sus nervios. Por desgracia, los temblores no cesaron y comenzó a sentir una sucesión de escalofríos que recorrían todo su cuerpo. En ese momento, fue consciente de lo que ocurría pero, en lugar de ser cauto y aguardar a otro momento mejor, agarró con firmeza la caja y se levantó de la mesa para, a continuación, flexionar su rodilla y pedirle matrimonio. Ella, sorprendida por lo que estaba ocurriendo, tardo unos segundos en responder que, a él, se le hicieron eternos. Finalmente, la chica aceptó y firmaron su alianza con un beso apasionado.
La futura esposa no tardó demasiado en darse cuenta de que algo le ocurría a su futuro esposo pero apenas tuvo tiempo de sujetarle en sus brazos cuando se desplomó sobre ella.
Cuando, a la mañana siguiente, se despertó en el hospital, ella le preguntó la razón por la que había mantenido oculta su enfermedad durante tanto tiempo. Él, inclinando la cabeza, pidió perdón e intentó, sin éxito, que entendiera el miedo y la inseguridad que le causaba su dolencia.
Nunca más volvió a verla.
Bonita historia con un final muy triste, me ha encantado, enhorabuena.
Saludos Insurgentes
Buen relato.
Buen relato, con buenos tintes de realismo.