«QR ¡Qué rabia!»

Me siento lejos: «de sentarme» y «de sentirme». Soy insaciable en el noble arte de convencerme a mí mismo de que todo tiene sentido, mientras mi «yo» más sincero se resigna ante mis utopías. Me siento lejos de la multitud, en la última butaca del cine o en el banco del parque que los árboles cubren a su antojo. Siglo XXI y yo sigo buscando cines antiguos, y parques que comprendan mi forma de caminar. Les avisé de que quería encontrar los mejores huecos para sentir y los espacios más místicos, para dar rienda suelta a mi nostalgia.

Recuerdo que yo un día fui como aquellos niños que hoy funden sus manos con la pintura de los columpios. Para mí el parque es como una enorme sala de cine donde la gente se mueve a diferentes ritmos según el guion que hayan elegido. Unos pasan en dirección a alguna parte, mientras otros deciden quedarse, como lo hicieron las manos entrelazadas de dos jóvenes que se intercambiaban promesas imposibles. Aún queda algo de aquellos jóvenes en las letras inscritas sobre alguna piedra, que sobrevive al paso del tiempo. Algunas almas muestran gratitud desde su silla de ruedas, con tiempo para observar lo que los jóvenes se perdieron por caminar demasiado deprisa o sentir demasiado rápido.

Hoy me escribo a mí mismo con el sol en la espalda y la oscuridad en mi frente, sin saber si existe un buzón donde dejar esta carta dirigida al chico que fui, y cuya silueta se fue diluyendo como la pintura del columpio, cuando solo queda oscuro metal delante de nuestros ojos. Cuando vi que ya nada podía ser como antes compré por internet la entrada para cambiar el guion mi vida, pero el lector nunca supo interpretar el código que necesitaba. (¡QR!)