Querido C.,
Es una niña. Hace tiempo que reúno el valor para decirte esta frase: es una niña. Ahora que ha empezado a caminar y veo tus pasos en los suyos, me he dicho: “Ya es hora de que se lo digas”. Mira que me han pesado las palabras en la garganta todo este tiempo, y yo que pensaba que no te lo diría nunca, aquí estoy. Escribiéndote una carta.
Tengo toda tu ropa arrinconada en el armario porque con solo mirarla se me ponen los pelos de punta. Hubo un tiempo en que esta casa era tu casa, en que este suelo se quejaba bajo tus pies descalzos. A veces, cuando escucho un crujido en la cocina me despierto pensando que eres tú, que has venido a hacerte una tostada en medio de la noche. Que has venido de puntillas haciendo de esta tu casa otra vez. Luego me cuesta días volver a dormirme, atormentada por un fantasma al que nunca he conseguido ver.
Supongo que te estarás preguntando por la niña, claro. Pues está muy bien, muy bonita. Cuando quiero pensar en ti le toco el pelo y es que lo tiene igualito que tú. Tiene tus ojos, pero le brillan como a mí, con inocencia. Tiene la nariz clavadita a la de mi madre. Cuando empiece a hablar seguro que pregunta por ti, pero para ese entonces ya sabré qué decirle.
Te escribo de manera egoísta, porque se me estaban arrugando las manos y los pies me pesaban como tres quintales. Ya sabes que no me gustan los secretos, y menos contigo. No te escribo para que vuelvas, ojalá no vuelvas nunca. Solo quería decirte la única frase que he podido decir en voz alta desde que te fuiste: es una niña.
Saludos Insurgentes.