Sabía que hoy era un día importante, debía lucir bien, estar presentable, mostrar mi mejor cara… Había viajado durante varios kilómetros porque hoy, precisamente hoy, era un día de mercado. Muchos mercaderes acudirían al patio y allí competirían unos contra otros para ver quién conseguía llamar más la atención, aunque ofrecer el mejor precio era más importante.
Me había puesto mis mejores galas, el turquesa y el rojo resaltaban por su contraste. Y todo esto, ¿para qué? Pues para nada, para que un barbudo con bombachos viniera a pisotearme. No todas teníamos la suerte de ser expuestas en el balcón, bien estirada, para mostrar unos colores pálidos, apagados y sin vida. ¿Quién decidía quién valía la pena? ¿Quién?
Yo estaba limpia y brillante, sin embargo, ahí me tenían, arrugada y tirada en el suelo. No me dirigían ni una triste mirada. ¡Ay…! Si ellos supieran quién era yo, lo que podía hacer… En fin, parece que a nadie le importa que sea una alfombra voladora. Así que, nada, en cuanto el señor este se me quite de encima, ¡me marcho volando! Adiós a Egipto, a los mercados y a los viajes largos en incómodos cuadrúpedos. ¿Sabes lo que te digo? Que me recojo y me voy, si el barbudo se cae, pues que se caiga, no aguanto más este circo.