Otro día aburrido de trabajo. Me siento en la misma silla a ver cómo los borregos siguen sin hacer absolutamente nada. Desde luego cuando quise estudiar audiovisuales no me refería a esto. Observar a través del espejo cómo 16 personajes, se supone que conocidos, se arañan las pieles y los sentimientos sin remilgo alguno.
Me imaginaba en un programa de ciencias políticas, o de periodismo actual; dar luz y vida a la noticia del siglo, no unas prácticas mirando a unos cuantos mindundis tirarse los platos y la vajilla entera a la cabeza.
Voy por el quinto bostezo, uno más y me rindo. Pero no sé si es debido al sueño o si ya es una alucinación que me parece ver a una de las concursantes colándose por la puerta de cámaras que asoma desde el jardín.
Se acerca al realizador, lo aparta de la sala sutilmente por el cuello de la camisa y le susurra palabras ininteligibles que no logro descifrar. ¡¿Quién se va a enfrentar a la hija de una de las grandes del panorama televisivo del momento?! Desde luego no seré yo, menos si con esto puedo resolver el sueldo de todo el año.
Mis compañeros ni se inmutan, imagino que estarán acostumbrados a tales situaciones o que su contrato de confidencialidad les ciega a este tipo de entresijos amañados. Ahora empieza mi nueva labor, grabaré algo realmente trascendente y comenzará mi trabajo de investigación.
Cambio los mandos de mi cámara fija, saco mi móvil del bolsillo y… ¡Acción!
Enhorabuena.
Saludos Insurgentes.