Los fuegos se alzaban embravecidos, salvajes y peligrosos. Rodeando y envolviendo los rostros desencajados por el placer y la libertad.
Samaín. Noche de dioses paganos. Noche de sueños prohibidos.
Sentía los tambores retumbando contra mis huesos, marcando el ritmo del poder que se enredaba en mi piel lanzándome una y otra vez a bailar, retando al fuego a atacarme. Retando a los dioses a contenerme. Gritaba extasiada, cantaba con palabras que ni eran palabras. Si hubiera podido poseer el tiempo, ese instante era mío.
La luna se había ocultado entre las nubes sin querer ser testigo, de la sangre, de las plegarias. Del caos. Y si esa noche era caos, yo era su reina, le pertenecía a él de la misma forma que él a mí. Antes de que el sol saliese y la última brasa se apagase, él vendría a reclamarme. Dejaríamos de batallar para ser uno.
No importaban el resto de rostros anónimos que se congregaban en la hoguera, no importaban sus bailes ni sus plegarias. Esa noche, todos los dioses me miraban a mí mientras bailaba. Esa noche, por fin había convertido mi nombre en algo que recordar.
Gritamos como uno, sentimos como uno y cuando los hombres armados irrumpieron en el bosque, llamándonos paganos y proclamando con miedo y admiración que estábamos invocando al demonio, luchamos como uno.
Nos masacraron. Se suponía que nosotros éramos los malignos; pero no tuvimos oportunidad de causar ningún mal.
Esa noche los dioses me habían mirado, y no dejé de bailar incluso cuando la matanza se desató. Incluso cuando los ojos de los soldados cristianos se fijaron en mí. Esa noche no dejé de ser la reina del caos hasta que una de las espadas me atravesó.
Y cuando morí frente al fuego, supe que los dioses me estaban esperando.
Un final triste, pero a la vez optimista, los dioses esperaban.
Me ha encantado, enhorabuena.
Saludos Insurgentes