Actualmente, sobre la suave colina rodeada de frondosos bosques existe un complejo turístico de lujo con vanguardistas cabañas de supuesta inspiración celta. Allí, satisfechos y sobrealimentados hombres y mujeres, frente a chimeneas de gas, embutidos en carísimas y exclusivas ropas térmicas, hablan de la belleza del otoño, del cercano invierno cuyas nieves anhelan hollar con sus esquís. Beben, ríen estentóreamente y lanzan impostados grititos de terror frente a las calabazas y esqueletos de la hortera decoración de Halloween.
Los hombres y mujeres que dos milenios antes ocupaban aquella misma colina tenían una opinión muy diferente sobre la llegada del frío. Nadie reía mientras, reunidos en el gran salón comunal como cada Samaín, la Druida escuchaba e interpretaba los deseos de los dioses y los ancestros muertos.
En realidad, lo que hacía la anciana era un simple cálculo de recursos, matemática del consumo de calorías, terrible e inapelable. Las nieves adelantadas y las escasas lluvias habían traído pésimas cosechas y el ganado apenas había engordado. Los recursos acumulados durante los meses de luz no bastarán para alimentarlos a todos. No hay elección, sólo inevitabilidad.
El sorteo es tan terrorífico como los gélidos meses de oscuridad que se ciernen sobre ellos. El silencio mientras la anciana canta los nombres de los señalados por los dioses es opresivo.
Hijos, padres, maridos, amigos abandonan la aldea sin mirar atrás, sus cabezas alzadas con desesperado y resignado orgullo mientras entonan cantos ancestrales a esos dioses indiferentes a cuyo inapelable juicio se someten. Su sacrificio hará posible la supervivencia de los suyos que les observan marchar para siempre en un respetuoso silencio sólo interrumpido por algún sollozo contenido.
La Druida gira la cabeza sobresaltada por unas repentinas risas que le parece escuchar, como un eco lejano, y que solo pueden venir de dioses satisfechos y crueles.
Muy descriptivo y bien narrado.
Enhorabuena Jaime!
Saludos Insurgentes