Yo ya estoy muerto.
Lo revelo ahora, al principio, para evitar que alguien espere un gran giro final, tan habitual en estas historias.No recuerdo cuánto tiempo ha transcurrido, porque, en realidad, al contrario de lo que se pueda pensar, los espíritus (fantasmas, entes… usted decide) tenemos muy mala memoria. Bueno, mejor dijo, nuestra memoria es selectiva, ya que durante este periplo sufrimos (nunca mejor expresado) destellos del pasado. Algo así como episodios cortos de lo que un día fuimos.
Lo más recurrente que percibo es una luz brillante, cegadora, que me hizo perder el control sobre mi cuerpo. Dicen que se halla la luz tras la muerte, pero mi tragedia fue hacerlo antes. Aunque, por fortuna, mi última imagen pertenece a ella. Dormida, hermosa hasta en sueños, e ignorante de lo que sucedería.
Desde entonces, cada 31 de octubre algo me impulsa hacia su hogar, y la contemplo mientras, absorta, fija su mirada al infinito desde la ventana de su habitación, triste y nostálgica. Solo me muestro ese día para pasar desapercibido, ya que no quiero asustar a nadie, a pesar de que aún conservo casi toda mi apariencia física anterior. Otros, más longevos en esta dimensión, ahora son solo voces, presentimientos o sensaciones, para su desgracia.
Aquel año ella no estaba en su ventana, como las veces previas, y en mi tristeza, al amanecer, decidí marcharme. Entonces, noté cierto hormigueo a mi espalda, similar a un soplido. Y ahí estaba ella, con el cuello enrojecido, pero bella, como siempre, y sonriendo mientras acercaba su translúcida mano hacia la mía. Fue ese instante cuando apareció aquella deseada luz que pondría el punto y seguido a nuestra historia. Una que, al parecer, admito que sí tenía un gran giro final...
Enhorabuena.
Relato bien estructurado y de lectura ágil, me ha encantado, enhorabuena.
Saludos Insurgentes.