Cuando aquella joven pareja tuvo su primer hijo, se las prometían muy felices, era la guinda del pastel, el sello definitivo de su amor. Pronto, las cosas se empezaron a torcer y antes de un año, el niño comenzó a enfermar. Después de visitar muchos médicos, descubrieron que el niño era diabético, el mundo se les cayó encima, aunque después del golpe inicial, alguien les dijo que no era tan terrible, con un poco de medicación y una dieta, sería un niño completamente normal. Todo parecía ir bien, y al margen de su enfermedad, el pequeño Andrea, crecía sano y fuerte.
Todo pareció torcerse cuando Andrea comenzó el colegio, y se dio cuenta de que era un niño distinto, en el recreo veía como todos los niños comían caramelos y bollos. Él también lo hacía, pero no eran tan sabrosos como los de los demás niños. Sus padres le habían advertido, no debía comer nada que no le hubieran dado ellos, y Andrea cumplía aquella orden a rajatabla, era un niño obediente. Un día les preguntó:
—¿Por qué no puedo comer lo mismo que los demás niños?
Los padres, a sabiendas de que aquella pregunta llegaría, ya habían ideado la respuesta:
—Por qué tú has nacido con un don especial, tienes superpoderes, como los héroes de tus tebeos, pero si comes azúcar, perderás esos superpoderes.
—¿Y cuáles son esos superpoderes? —preguntó Andrea.
—Cuando seas mayor, estudiarás para ayudar a los demás a comer bien, cosas sanas que no les hagan enfermar.
Andrea no contestó, solo sonrió. Cuando llegó a la universidad, eligió la carrera de medicina, se especializó en endocrinología y dedicó su vida a ayudar a las personas a llevar una dieta sana.
El protagonista es un ejemplo a seguir. Que buena labor de los padres.
Saludos Insurgentes