Por fin ha llegado el día, comienza una nueva edición de Supervivientes, después de intentarlo durante muchos años, soy uno de los participantes. He conseguido ser lo suficientemente famoso, tampoco mucho, para ser uno de los elegidos. Formaré parte, eso sí, del grupo de los llamados anónimos, los que menos cobran y menos “privilegios”.
La primera sorpresa me la he llevado antes de salir de Madrid, he tenido que firmar un contrato que especificaba claramente en que semana terminaría mi participación, aunque eso no me ha importado, ya se que no voy a ganar y eso me permitirá participar sin tanta presión.
Después de dos semanas de concurso, he comenzado a ver cosas que no me gustan. Casi por casualidad, he descubierto que mientras mi grupo lo está pasando realmente mal por el hambre y el lugar donde estamos sobreviviendo, al otro lado de la playa, el otro grupo, no lo están pasando tan mal.
Me he levantado a medianoche, sobresaltado por un ruido, observo atónito como llega una lancha y descarga unos paquetes. Sigo observando tras la vaya y veo como mis compañeros “privilegiados”, recoge cada uno su paquete. ¡Sorpresa! Es comida. Cada uno devora su paquete, no logro distinguir lo que comen, pero sin duda, la organización les está alimentando.
Por la mañana, hablo con la organización, en ningún momento niegan lo ocurrido, y me instan a guardar silencio. A cambio yo también recibiría mi paquete nocturno, aun así, si insisto en contarlo todo, me vería obligado a abandonar el programa y pagar una multa millonaria, ya que constaría como abandono. Por lo visto, también esta circunstancia estaba reflejada en mi contrato, en letra muy pequeña.
Pero yo decido quedarme y no contar nada, pero rechazo ese alimento extra.
El protagonista es íntegro y rechaza la comida extra!
Chapeau
Saludos Insurgentes