Cuando acepté el proyecto me pareció una buenísima idea. Meterme en una casa con toda mi familia podría ser divertido, sería como unas vacaciones o unas navidades largas. Tener cámaras por cada rincón de la casa, podría restar naturalidad, pero tendríamos que aprender a ignorarlas.
Los primeros días fueron intensos, aunque hubo algún detalle que me hizo sospechar de que allí había juego sucio.
Que aparecieran mis sobrinos adolescentes borrachos hasta casi el coma etílico, no era normal, se suponía en la casa nadie había metido alcohol.
Que mi cuñado se hubiera enterado de mis descarnadas burlas cuando le hacía la pelota rastrera a mi padre, era raro, sobre todo porque los videos, los había compartido solamente con mis mejores amigos.
Que mi mujer se enterara de repente, de que el día de nuestra boda me había tirado a su hermana en el baño, era increíble, ninguno de los dos había tenido interés en que eso se conociera.
Que mi madre se enterará, de esa forma tan brusca, de la inclinación sexual de mi padre, no fue casual.
Al final, llegué a la conclusión de que la dirección del programa había hecho una intensa labor de investigación para sacar todos los trapos sucios de la familia. Era perfecto, nosotros nos enzarzábamos en discusiones sangrantes y la audiencia subía en proporción a la violencia de los enfrentamientos.
Esto había que pararlo. Me propuse desenmascararlos. Aprovechando los ángulos muertos de las cámaras, fui informando a todos de mis sospechas. Ellos no me creyeron y no se lo reprocho, la productora se mostraba conciliadora y muy generosa.
Que yo apareciera ahogado en el jacuzzi, fue un inconveniente, pero fue el mayor récord de audiencias en prime time de la historia de la televisión.