Odiaba profundamente esas paredes de color beige, los cuadros de arte abstracto trataban de darle elegancia a la casa. Nada, absolutamente nada, ni si quiera el más sofisticado gusto del mundo podría hacer que esa casa dejara de ser ordinaria.
Es por el dinero, me dije. Es por el dinero.
Sin embargo, daba igual cuanto me repitiese ese mantra, la realidad era que todas las malditas cámaras estaban enfocándome, y no les importaba la verdad. Solo el espectáculo.
Había aprendido a apreciar el madrugar, despertarme antes para poder desayunar en silencio antes de que todos los demás abriesen sus horribles bocas. A veces, dudaba que todos fueran personajes, y entonces pensaba que debía de ser muy patética su existencia si realmente eran… así.
Solo se había salvado ella, era dulce y amable. Y también se había ido a la mierda, en la gala de la noche anterior habían puesto un vídeo suyo enrollándose con su novio. Y a mí me tocó interpretar el personaje que era, el que vendía y me hacía estar en la casa, el que me hacía tener dinero para pagar mis deudas. Eso a nadie le importaba tampoco. Ni si quiera si era para pagar facturas médicas.
Un crujido sonó a mi espalda. Un grito resonó en las escaleras. Empezaba el espectáculo, las cámaras estaban listas para exponernos, y los ojos críticos de los espectadores podrían decidir si les caía bien o mal, podrían decidir si seguiría con el dinero o no.
Idiotas. Todos ellos.
Todos nosotros. Por haberme llegado a creer mi personaje, por haber creído que ella había visto algo más en mí que la imagen que quería dar, por tener que exponerme de esa forma para ganar dinero. Idiotas, todos. Por ser tan ingenuos de creer que vendernos no tendría un precio.

