El día de la reunión, todos lo aldeanos traían consigo un puñado de palos y ramas, siguiendo mis instrucciones. Escogí una persona al azar.
—Alan, coge uno de tus palos y pártelo por la mitad.
Alan frunció el ceño, pero obedeció. El trozo de madera cedió sin esfuerzo.
—Glen, aparta tres palos y súmalos al de Alan. Melvin, tú traerás cinco. Kalen, tú siete…
Al cabo de un rato, una pila de ramitas coronaba el centro del corro. Los presentes intercambiaron miradas de extrañeza. Nadie sabía a dónde quería ir a parar.
—Quinn, es tu turno. Trata de romperlos.
Quinn era el leñador de la aldea. Grande y musculoso, parecía un gigante en miniatura. El grandullón abarcó el montón con sus manazas y tiró hacia abajo. Pero nada sucedió. Aunque las ramas protestaron por la presión, Quinn no logró arrancarles un solo crujido.
—No puedo. Son...demasiados palos juntos.
Asentí.—La unión hace la fuerza. ¿Por qué Alan logró partir su palo con tanta facilidad? Porque había solo uno. Y eso lo convertía en indefenso. Sin embargo, cuando sus compañeros aunaron fuerzas, ni siquiera la corpulencia de Quinn fue capaz de hacerles frente. Resistieron como auténticos guerreros. ¿Y creéis que no sufrieron? Muchos de ellos estuvieron a punto de quebrarse, de tirar la toalla. Pero se mantuvieron unidos contra el agresor. Eso los hace poderosos.
»Sé que no ha sido un buen año para la agricultura. Sé que muchas familias ignoran si sobrevivirán a esta noche. Yo les digo: hay que intentarlo. Si todos sumamos nuestro empeño, podremos traer de vuelta la prosperidad. El sol brilla cada mañana, aunque a veces no podamos verlo. Démonos la mano y disipemos la nube que le obliga a esconderse. Sigamos creyendo en el espíritu de este pueblo. Sigamos creyendo en la esperanza. Siempre.
Una bonita historia llena de unión y sabiduría.
Me ha encantado!
Saludos Insurgentes