Martina estaba cansada de ser la “niña rarita” de clase debido a su enfermedad, no podía comer productos azucarados y siempre tenía que llevar su insulina encima por si sufría una crisis.
Una mañana se levantó y, sin saber cómo, todo había cambiado a su alrededor. Se preparó para ir al colegio y cuando se sentó en la mesa para desayunar su madre le había preparado un buen tazón de leche con cacao y unas deliciosas tortitas con mucho mucho chocolate; no podía creerlo, había soñado tantas veces con un desayuno así que le parecía un sueño.
La cosa no quedó ahí, de camino a la escuela se encontró varios puestos callejeros medicalizados para atender a los enfermos con glucosa muy baja, que resultaron ser la mayoría de los ciudadanos. Y cuál fue su sorpresa que al entrar a su centro de estudios se encontró con los pasillos llenos de máquinas dispensadoras de comida azucarada.
Para ella su desayuno tan dulce y delicioso había sido un placer pero para la mayoría de personas comer productos que hicieran subir sus niveles de glucosa era casi una obligación, de esa manera podrían controlar su enfermedad.
Más tarde, en clase de gimnasia, algunos de sus amigos no pudieron realizar todos los ejercicios porque, al comprobar con un pequeño pinchacito en su dedo, sus niveles de glucosa en sangre eran demasiado bajos y no tendrían la energía suficiente para realizar esfuerzo físico.
Todo había sido un sueño, cuando despertó su desayuno volvió a ser el de siempre al igual que su enfermedad pero se dio cuenta que no debía seguir sintiéndose como un bicho raro porque cualquiera podía tener una enfermedad, incluso mucho peor que la suya. Debía ser feliz pensando que mientras se cuidara todo iría genial.
Buen relato, enhorabuena
Saludos Insurgentes
¿Qué me dices de éste comentario? ¿raro? Atrévete a despreciarlo por ser raro, y yo te llamare... ¡hipocondriaca!