Había ido con mi amo desde Alejandría a El Cairo, en uno de los días más calurosos del solsticio de verano. Nunca me llevaba a sus viajes porque decía que los esclavos no teníamos derecho a estar rodeados de personas importantes y, mucho menos, a enterarnos de sus asuntos de negocios. En esa ocasión no tuvo opción, la hija del mercader de alfombras más influyente de Oriente, El Sayed, había desaparecido, y necesitaba de mis servicios para cargar con todos los presentes que le llevaba.
Mi amo era un poderoso y un reconocido médico del país; el mejor para todo el mundo, pero el peor en lo que se refería a mí y a mis necesidades. Siempre me tenía a su merced, me dolían los insultos con los que se mofaba de mi físico y mi poco intelecto, me atizaba sin razón y menospreciaba mi valía.
Yo estaba en una esquina de la estancia, al lado de un tapiz grandísimo que colgaba de uno de los balcones, desde donde El Sayed miraba con atención a los presentes en la sala de la tienda; siendo todos y cada uno de ellos, los mejores amigos de éste.
Por un momento sentí pena por ese padre que había perdido a su hija. Por otro lado, sentí alivio, iba a deshacerme de mi amo para el resto de mi vida.
Por culpa de un destino no accidental, descubrirían que fue él quién mató a la hija de su amigo y la arrojó al río Nilo; aparecería flotando envuelta en una alfombra única que Al Sayed le regaló en exclusiva por una cirugía que casi le cuesta la muerte.
Nunca más sería maltratado y apaleado solo por ser negro.
Él me lo debía, desde el momento en que fui arrebatado de mi familia para ser esclavo cuando solo era un niño.
Me gusta el entramado de la historia. La elección de la primera persona como narrador me parece pertinente. Y el giro final está muy bien y cierra a la perfección el relato.
Me ha gustado.
Saludos Insurgentes.