Todo había sido un desastre, no sé como no podían entender que mi sueño era ser escritora y que claro que se me daba bien, lo único que necesitaba es que alguien me apoyara. Es muy difícil ir contra corriente.
Es verdad que no me había preparado bien el bombazo, había dudado y eso es lo que habían usado en mi contra para coger mi idea de futuro y tirarla a la basura. De pura impotencia se me saltaban las lágrimas de los ojos y no era por un arrebato de niña pequeña, sino más bien, de pura impotencia de mujer adulta. No debí de haberles dicho que estaba pensando en hacerlo, si no que lo iba a hacer. No tenía que haber jugado su juego de darle respuesta a todas las preguntas, - ¿de qué vas a vivir? - ¿quieres ser una mantenida toda tu vida? -Yo también quiero vivir sin trabajar -Sí ya, como si escribir fuera un trabajo… ¿Tenían ellos respuestas a todas esas preguntas en sus vidas de “adulto ejemplar”? Nadie tenía respuesta para eso, ni siquiera ellos.
No, no debí sucumbir a mi parte de satisfacer a todo el mundo, porque al final a la única a la que no satisfacía era a mí. Tenía que haberlo enfocado de otro modo, más profesional, más segura… Si tuviera otra oportunidad…
Y entonces me acordé, el abuelo me dijo que su reloj se podía usar solo en situaciones de suma importancia y ésta era una de ellas. Retrasé el reloj y ahí estaba de nuevo frente a mi familia que esperaban con los ojos bien abiertos que les diera la noticia de que estaba embarazada, sin embargo, lo único que salió por mi boca fue: “Voy a cambiar de profesión, voy a ser escritora”.
Un gran final.