«Y en esas, se presenta un ángel»

En una pensión cualquiera, de estética cutre y clientela maloliente, un científico polaco se esconde con la persiana bajada. Libera el último tranquilizante de un blíster y revisa las llamadas recientes. Marca y, mientras escucha el tono, bendice no tener familia, uno de sus grandes anhelos.
—Hola, Peter, tenemos que vernos.
—¿Estás loco? No voy a arriesgar mi vida por un cadáver.
—¿Cómo te atreves? Eres mi amigo, joder.
—Los de negro vinieron a la facultad con muchas preguntas y poca paciencia. Parecían tipos muy peligrosos.
—Lo son. Hasta que no venda la patente a Hampacéutica no terminará la pesadilla.
—Creo que ya no tienen bastante con la patente. Quieren practicar canibalismo contigo.

No soporta más y cuelga el teléfono apretando la mandíbula. Tras 17 años centrado en la búsqueda del tratamiento definitivo para la diabetes, recorriendo medio mundo y renunciando a su vida personal, ahora tiene que plegarse a la codicia de una multinacional.

"De eso nada", musita al tiempo que saca de su cartera una foto de él con los Nahua del Amazonas, junto a la bella Shumay. Se maldice por no saber salir del embrollo. Saca una pequeña libreta y repasa una extensa lista llena de tachones excepto el título: "Inversores Alternativos". Nadie quiere asumir los problemas que surgen a contracorriente y menos con la condición del científico: distribución mundial equitativa a precio módico.
Arranca la hoja, la estruja y se estira los mechones mientras hunde la cabeza en su regazo.

De repente el teléfono suena. Duda pero descuelga.
—Buenas tardes. No me conoce pero le ayudaré.
—¿Cómo sabe mi teléfono?
—El dinero hace cosas increíbles.
—¿Por qué quiere participar?
—Da igual el motivo. Solo hay un inconveniente.
—¿Cuál?
—Usted debe morir...oficialmente. Deberá desaparecer.

Arquea las cejas mientras sus expectativas de gloria se hunden. Aprovecha para volver a mirar la foto con Shumay, buscando respuestas. Se da unos segundos, respira hondo y no duda:

—De acuerdo.