- ¿Qué estoy haciendo aquí? – dije intentando abrir los ojos, una lúgubre luz colgaba del techo. De repente, un dolor intenso me estremeció, creí que me explotaba la cabeza, se me removió el estómago y casi caigo de bruces contra el suelo.
Era una habitación pequeña y angosta con apenas ventilación, el hedor a orín me sacudió la nariz y me entraron náuseas; al girarme para buscar un sitio en el que vomitar vi que en un rincón había una papelera y me abalancé ella. Cuando fui a meter la cabeza encontré una nota manchada de sangre “Número 013 - Karl Rogers - experimento fallido”.
- ¿De qué me suena ese nombre? – pensé en voz alta, no lograba recordarlo.
De repente, dos individuos entraron en la estancia gritando, me cogieron por los brazos y me llevaron a rastras sin mediar palabra.
Manos grandes de nudillos peludos, un cuerpo rechoncho cubierto por un mono azul y zapatillas mordisqueadas por las ratas.
- ¿Qué está pasando? ¡Esta no soy yo, me llamo Audrey! ¿Qué me habéis hecho? – grité confusa tan fuerte como pude.
- Tú y tus cuentos Karl… ¡Cállate!
- De verdad, soy de West Beach y estaba… estaba en la playa y… - no lo vi venir y uno de ellos me golpeó con tanta fuerza que pensé que me había roto la mandíbula.
Abrieron una puerta y entramos en una especie de laboratorio, me sentaron en una camilla y me conectaron dos dispositivos en la cabeza.
- Adiós, Karl, espero que sirvas para algo en el infierno - y con una sonrisa déspota accionó una palanca.
- ¡No! - solté un grito ahogado.
- Qué mal te sienta la siesta Audrey… Anda, guarda ese libro ya que luego tendrás pesadillas. Vamos al agua que está buenísima.
El sol siguió brillando en aquel bonito día de playa en West Beach.
Que mal rato tuvo que pasar la protagonista.
Me ha gustado... enhorabuena
Saludos Insurgentes