Érase una vez una niña que jugaba en la selva con su tigre Zalamba. Esa fiera se había criado en sus brazos. Apareció delante de su cabaña tras el incendio del poblado cercano. El mamífero había perdido a su madre junto a cientos de aldeanos, y así Aima decidió criarlo a base de leche de arroz a escondidas de sus padres. Lo refugió en una pequeña gruta a las afueras de su aldea. Cada día pasaba horas con Zalamba, parecían dos cachorros peleando con sus zarpas.
Aima llegaba a casa llena de arañazos. Su madre se preocupaba, le curaba mientras la niña le contaba que quería ser fuerte como su mamá. No entendía nada.
Con la llegada del año nuevo, Aima derramó su infancia y floreció su juventud. Su madre la despertó de madrugada, con la cara ensangrentada. La sacó de la cama:
—¡Aima, huye! Vete lejos y no vuelvas mi pequeña.
—No mamá, yo me quedo, soy fuerte como tú.
—No hija, tu padre es más fuerte que nosotras dos juntas. Jamás perdonaría que te hiciera daño.
—¡Mujer! ¿Dónde está mi hija? ¡La quiero aquí ya! ¡Es mía!
Entre lágrimas, la niña corrió como nunca, logró llegar a la gruta donde se abrazó a Zalamba. El animal se puso en pie llevándola sobre su lomo y emprendió la carrera más desesperada. Sólo le bastó un golpe con sus zarpas para abrir la puerta de la cabaña. Dentro, su padre yacía sobre el cuerpo inerte de su madre. Zalamba sin dudar agitó su cabeza para soltar a Aima de su lomo. Se lanzó sobre su presa desgarrándola en tiras con cada zarpazo.
Los sollozos de Aima abrazada a su madre pusieron fin a la furia de Zalamba. La fiera se hizo un ovillo a los pies de su joven madre.
Graciñas por la lectura!
Espectacular Celia!
Enhorabuena.
Saludos Insurgentes