Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, había de recordar aquella tarde remota, en la que siendo tan sólo dos niños, había conocido a Óscar. Juntos habían inventado mil juegos con los que pasar las tardes y juntos descubrieron la inocencia de los primeros besos y los desvaríos de la pasión. Diana recordaba a toda velocidad todos aquellos momentos felices que había disfrutado junto a Óscar mientras lo miraba con la misma cara de ensimismada que la primera vez que él le dijo que la quería.
Érase una vez una niña…, recordaba Óscar mientras una nerviosa sonrisa dibujaba su rostro. Así es como siempre Diana iniciaba las historias que inventaba para los concursos que ellos dos, junto a Daniel, el hermano de Óscar, realizaban para hacer más llevaderas las largas tardes de verano cuando eran pequeños. Mil historias inventadas y obras de teatro con las que los tres disfrutaban y compartían el tiempo.
En un lugar donde no quiero acordarme… allí se encontraban ahora. Décadas después, en lo que parecía otra vida. Los tres se miraban a la cara, sin entender cómo esa misma vida los había puesto ahora en esa situación. Los fusiles cargaron, mientras Diana cogió la mano de Óscar y susurró un "te quiero" que erizó la piel de ambos. Frente a ellos, en el pelotón de fusilamiento, Daniel cerró los ojos y disparó.
Cuando se despertó una noche de un sueño intranquilo, se encontró en su cama convertido en un charco enorme de sudor. Daniel supo que el resto de su vida sería una pesadilla, en la que cada vez que cerrara los ojos escucharía ese disparo que atormentaba su alma. Igual que la de tantos familiares y amigos que se vieron obligados a estar en bandos contrarios.
Saludos Insurgentes