Érase una vez una niña que despertó al cobijo del Sol y bajo el amparo de la Luna. Con sus ojos siempre abiertos como platos, se regocijaba de lo hermosa que era. Pasaron los años y su belleza no hacía más que aumentar, a pesar del cambio continuo al que estaba sometida. Nunca se sentía sola, pues su padre cuidaba de ella por el día y su madre hacía lo propio de noche; pero ella sabía que necesitaba sentirse más viva.
Así, cuando llegó su momento, generó dentro de sí toda la vida que pudo, convirtiéndose en madre de muchas y diversas especies. Aquello la obligó a seguir cambiando continuamente para proteger a todas sus hijas e hijos y, como buena madre, no permitía que les faltara nunca de nada. El tiempo pasó, sin perder nada de su belleza y con el orgullo de haber formado una gran familia.
De todas sus hijas, sentía especial admiración por una que, además de ser hermosa como ella, era también la más racional. Aunque el trato como madre le impedía beneficiar a ninguna en detrimento de las demás, jamás permitió que a su hija le pasara nada. De esta forma, vio como su fruto se hacía mayor. Sin embargo, llegó un momento que nunca esperó: su hija predilecta comenzó a mermarla de forma impropia e inusual.
Jamás negó nada a sus hijos y era consciente que nunca se lo negaría. Por ello, a pesar de estar perdiendo parte de su belleza por el egoísmo de su descendiente, la Madre Naturaleza siguió cuidando de todos sus hijos. Siempre bajo la cálida tutela de su padre, el Sol, y la ternura de su madre, la Luna; con la esperanza de conseguir un futuro mejor.
Enhorabuena
Saludos Insurgentes