«Cambio de destino»
Ya en la estación de Sants, Barcelona, visualicé la salida en el panel y salí disparada hacia el andén. Me quedé embelesada tras unos chicos italianos con los que deseé compartir el mismo vagón. Subí tras ellos con una sonrisa en mi rostro, miré mi asiento, coloqué mi maleta, y me acomodé. Con los rayos de sol entrando por mi ventana mis ojos se fueron cerrando hasta que me dormí. Recuerdo que soñé con un turista que me cambiaba el billete de tren para cambiar su destino, y me perdía por Europa sin saber muy bien por dónde caminar, fue angustioso. Al despertar y volver a la realidad, me percaté de que había dormido dos horas seguidas, todo un reto para mí, jamás había dormido tanto tiempo seguido en un viaje. Cogí uno de mis libros para entretenerme, todavía me esperaba un largo camino. Después de estar un buen tiempo sumergida en la historia de mi libro, levanté la mirada para observar el paisaje, fue cuando comencé a sospechar de que algo no iba bien. Junto a la puerta vi que el número de vagón era el correcto, sin embargo, cuando miré el destino del tren en la pantalla iluminada sobre la puerta, mi corazón dio un vuelco, pues no era el que esperaba ver, en ese momento mi destino había cambiado, me dirigía a Ámsterdam. No podía ser, ¡me había equivocado de tren!.
Me extrañé que el revisor no me hubiera pedido el billete para validarlo, aunque posiblemente al verme dormida me hubiera pasado por alto para no perturbar mis sueños. De repente sentí miedo, porque si volvía el revisor indudablemente me ordenaría abandonar el tren en la siguiente estación, y no tenía ni idea de dónde estaba. Logré sortearlo un par de veces, una introduciéndome en el lavabo para no ser vista, y la otra recorriéndome todos los vagones hasta que lo vi desaparecer. Cuando volví a mi supuesto asiento, percibí un ligero descenso de la velocidad. Pasajeros se preparaban con sus maletas para bajar en la próxima estación, París. Tuve mis dudas, ¿seguir o bajar? Tomé la decisión de bajar, así la persecución del revisor terminaría por fin. Cuando fui a dar el primer paso hacia el andén parisino, una mano se posó en mi hombro, un nudo en la garganta casi me corta la respiración. Miré hacia atrás, y al ver la sonrisa de uno de los turistas italianos, me calmó gratamente. Me había olvidado el libro en mi supuesto asiento y el chico me lo entregaba muy cortés. Se lo agradecí y bajé del tren con entusiasmo, y liberando también la bocanada de aire que había inhalado segundos antes.
Unos días en París me pareció buena idea, más tarde pensaría en qué hacer después. Quizás volver a coger un tren hacia Italia. La sonrisa de ese chico no se me quitaba de la cabeza. ¿Habría bajado del tren? No me atreví mirar.
Ya en el hotel, y tras acomodarme en mi habitación, me dirigí hacia el comedor para cenar. Allí fue donde volví a verlo. Aunque esta vez nuestras miradas se cruzaron con fervor. Nuestros platos casi caen al suelo. Sus ojos verdes, su sonrisa, y su acento italiano, me habían cautivado como por arte de magia. Una punzada en el estómago me impedía ingerir mi plato, hasta que Paolo me calmó con sus palabras de duende mientras cenábamos juntos con flores en el centro de la mesa. Le expliqué lo ocurrido en el tren, mi despiste en Barcelona. Nos reímos juntos de lo sucedido, y él agradeció mi despiste porque a causa de ese torpe error, nuestras almas gemelas se habían encontrado. En ese momento ya paseábamos bajo la torre Eiffel, y nuestros labios se besaron para sellar nuestra deseada relación.
Ese inesperado despiste cambió mi vida. Un cambio de destino afortunado, pues si hubiera cogido el tren correcto, mi viaje no hubiera sido tan apasionado.
Tres meses después organizamos un pequeño viaje juntos. De nuevo viajábamos en tren para recordar el día en que nos conocimos. Elegimos como destino Ámsterdam, así finalizaríamos con aquel trayecto erróneo del pasado. Nos quedamos dormidos al comienzo del viaje, al igual que yo cuando pensé que me dirigía a Milán. Al abrir los ojos, una pareja de turistas nos reclamaban nuestros asientos, nos miramos horrorizados. ¿Próximo destino? Viena. Debo reconocer que nos encantó.
Sigue pendiente nuestro viaje a Ámsterdam.
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Si alguien no cree en el destino, este relato demuestra que si existe.
Me ha encantado Mila!
Saludos Insurgentes
Casualidades de esta vida, yo también he intentado ir varias veces a Amsterdam y por una cosa o por otra todavía no he podido ir :)