—Esta noche ha rolado, Carmona.
Se incorpora y se asoma por cubierta, levanta la barbilla y cierra los ojos.
—Entra por la aleta de estribor, Carmona, despierta.
Mira hacia arriba y comprueba que las velas cuadradas de la mayor cazan de popa. Vuelve donde está Carmona que sigue acostado, se pone tras él y le coge la cabeza para apoyarla en su muslo.
Carmona, tumbado, abre la boca con una mueca de asco, luego esgrime un sonido gutural indescifrable. Se le ven los dientes ensangrentados, incluso la corona está manchada. También tiene las pantorrillas llenas de puntos púrpuras y la piel color cetrino.
—Seguimos rumbo oeste, Carmona, ese Pinzón y su hermano nos la jugaron bien jugada.
Carmona estira el cuello y escupe sangre, casi se atraganta.
—Aguanta, por tus muertos, aguanta. Cuando lleguemos los pasamos a cuchillo, como pensamos, ¿recuerdas?
Ve como la cubierta recobra la vida habitual del amanecer. Le ofrece comida.
—Solo tengo pescado seco y galletas.
Carmona aparta la boca.
—No aceptas na, jodío. ¿quieres agua?
De repente resuena “Tierra” por toda la cubierta y por un momento reina el silencio. Vuelve a resonar “Tierra” aún más fuerte.
—Es el de Triana, menudo malaje, lo que habrá pimplado.
La tripulación se arremolina por la amura de babor. Algunos gritan allí, allí. A Carmona se le cae la cabeza como un fardo muerto. Inerte. Le zarandea, le da una bofetada. No reacciona. Entonces le abre la boca, saca la faca y hurgando le arranca la corona de oro de cuajo. Se lo quita de encima, se levanta y quiere ir con los demás a descubrir qué han visto, cuando siente que Carmona le agarra del tobillo mientras chilla. Le da una patada y le dice:
—Suelta, Carmona, suelta, no te encariñes.
Felicidades
Enhorabuena.
Me ha enganchado, ¡quiero más!
Vaya, vaya con Carmona, el vocabulario exquisito, enhorabuena.
Saludos Insurgentes.