Chichén e Ikel, jugaban en la playa como cada mañana, ajenos a las leyendas sobre Yocahú, el dios supremo de la creación que había prometido que algún día enviaría a los Hupía, los espíritus de los muertos. Estos espíritus vendrían a destruir el mundo conocido y establecer un nuevo orden. Los dos pequeños no sabían que serían testigos de un acontecimiento que cambiaría su vida para siempre.
Cuando Chichén e Ikel, vislumbraron en la lejanía del horizonte unas grandes naves que se acercaban a la playa, se asustaron y corrieron a la aldea a advertir al cacique de su avistamiento. El cacique Guacanagari, consultó al bohití y juntos llegaron a la conclusión de que el momento había llegado, Yocahú había cumplido su promesa y además lo había hecho tal y como rezaba la leyenda, llegaría desde los confines del océano.
Toda la aldea estaba ya reunida en la playa, cuando las naves arribaron. Los Hupias comenzaron a pisar la arena de la playa, siendo recibidos y reverenciados por los nativos, como los dioses que durante generaciones estaban esperando. Se sentían gozosos y afortunados por haber sido los elegidos. Los nativos ofrecieron sus mejores alimentos y la sangre de sus hijos en sacrificio a los dioses recién llegados.
Y tal y como la profecía había predicho, todo lo conocido por los tainos, cambió para siempre, los Hupía destruyeron su cultura y les mostraron la grandeza de Yocahú. Desde entonces cubrieron sus cuerpos, porque fueron conscientes de su desnudez.
Todos aquellos que se negaron a adorar a los dioses llegados desde más allá del horizonte, fueron ejecutados y enviados a un mundo de tinieblas, un mundo que hasta ahora desconocían.
Enhorabuena por el relato
Un historia triste y muy cruel, así eran las antiguas civilizaciones.
Enhorabuena, me ha encantado.
Saludos Insurgentes.