El día que me atropelló un barco amaneció como cualquier otro. Todo lo normal que puede comenzar un día que has dormido poco, al raso, contemplando el cielo como nunca antes lo habías hecho. Cuando visitas una de las playas más bonitas del mundo, puedes cenar entre las palmeras, conocer gente de cualquier parte del mundo y dormir en medio del mar.
Aquella mañana nos animamos a nadar. La belleza submarina del Océano Pacífico te atrapa. No tienes más que sumergir la cabeza bajo el agua y abrir los ojos. Supongo que fue lo que me pasó al tirarme al agua y colocarme las gafas. Aquellos increíbles peces de colores me maravillaban. Cuando quise darme cuenta, tenía la barca de madera encima. Me golpeó y di varias vueltas hasta regresar de nuevo a la superficie. El conductor siguió su camino hacia la orilla, ni siquiera me vio. Pero no tengo nada que reprocharle, porque yo tampoco lo vi a él. Por suerte, todo quedó en una anécdota y una herida en el brazo.
Cuando días después, ya de vuelta de nuestras vacaciones, la doctora me sorprendió con el resultado positivo de la prueba de embarazo, recordaría aquel accidente y otras muchas locuras vividas durante aquel viaje. Viajar a la otra punta del planeta sin saber que llevas un polizón en tu interior tiene sus riesgos.
La aventura de ser madre había comenzado por todo lo alto.
Breve e incisiva.
Saludos Insurgentes